miércoles, 1 de agosto de 2012

PRIMER CAPÍTULO DE LA NOVELA


primer capíulo de la novela:




PRIMERA PARTE:
El Valle de las Flores
 1

 LA ANCIANA GARA
                    

            Todos los años, en la primera luna nueva del verano, se celebraba la noche de Jara, la gran fiesta del clan de los Lobos. El momento más esperado era la noche cerrada, cuando las estrellas brillaban con toda su intensidad y los ancianos contaban historias hasta el amanecer en la empalizada de estacas y espinos donde situaban su campamento de verano, justo cuando las flores de alivés enrojecían el amplio valle por donde discurre el río Agual.

            La anciana Gara esperaba paciente a que los niños se acurrucaran alrededor del fuego, los jóvenes y adultos se situaban detrás y todos los ancianos se sentaban junto a ella sobre pieles de jabalí para que el frío del suelo no pasara a sus huesos. Era la más esperada. Había oído tantas veces la historia que contaban los abuelos generación tras generación que la sabía a la perfección.

            Recordaba desde el principio hasta el fin la historia del clan de los Lobos y a todos los niños nos gustaba especialmente la forma en que aquella abuela nos contaba las vidas de nuestros antepasados. Nos hacía sentir que aun estaban vivos, como si en cualquier momento fueran a aparecer entre las llamas de la hoguera. Desde que el gran Turán, último jefe de la tribu de los Cazadores de Mamuts, cediera el mando a Gréndel antes de morir y éste formara el clan de los Lobos al expulsar a los osos de la cueva de la montaña para dominar desde allí todos los bosques y la llanura de las flores, por donde serpentea el río Agual, antes de remansarse en la represa de los castores, junto a las grandes rocas de Ámila.

            Los ojos de la anciana estaban cubiertos por una telena blanca que resplandecía a la luz de la lumbre. Su cara estaba surcada por tantas arrugas y tan profundas, que parecían las sendas que abren las manadas de uros y bisontes cuando avanzan por las praderas. Su voz, entre ronca y afónica, no era muy fuerte, casi susurraba en la oscuridad. Pero nadie, ni grandes ni pequeños, perdíamos detalle de lo que allí decía:



- La historia de nuestros antepasados empieza en el momento en que el clan de los Cazadores de Mamuts decide separarse en clanes más pequeños – comenzaba a hablar la anciana Gara mientras se hacía el silencio-. Hacía años que los mamuts no subían al valle de las flores a pasar el verano en sus verdes pastos, frondosos bosques, ríos y arroyos. Eran años de escasez y no había suficiente caza como para alimentar a tantas bocas.

            Vosotros no habéis tenido la suerte de conocer a ese animal mágico, alto como un árbol, poderoso como diez uros y más peludo que un bisonte en invierno. Cada una de sus cuatro patas era más grande que un hombre alto. En lugar de hocico tenía una larga trompa que le llegaba hasta el suelo, con la que arrancaba la fresca hierba y se la llevaba a la boca sin necesidad de agacharse, cogía las hojas más tiernas de los árboles y los frutos más altos sin tener que empinarse lo más mínimo, agitando continuamente sus orejas peludas del tamaño de un pellejo de jabalí.



            La vieja se llevaba el brazo a la boca y lo agitaba como una trompa. Luego ponía sus manos en sus sienes y las abría simulando unas grandes orejotas.



            - Pero lo más fabuloso –continuaba-, eran sus dos colmillos curvados hacia arriba, casi tan largos como el resto de su cuerpo y más pesados que cualquiera de vosotros. Vivían en pequeñas manadas formadas por varias familias, parecidas a nuestros clanes, en las que la unión entre sus miembros era muy fuerte. El invierno lo pasaban en la inmensa llanura del gran río Güerón y allí parían a sus crías. Pero a los pocos meses de nacer éstas, empezaban el viaje hacia los pastos más frescos del valle de las flores de alivés, donde pasaban todo el verano. Antes de que las hojas de los árboles del río se pusieran amarillas descendían de nuevo hasta los pastos del río Güerón. Todos los años centenares de mamuts hacían este recorrido. Esos sí eran buenos tiempos.

            En esa época de abundancia, en la que había suficiente comida para todos, no estábamos solos en estas tierras, había personas diferentes a nosotros, los llamábamos los otros hombres. Eran más bajos pero mucho más fuertes, incluso las mujeres superaban en fuerza a cualquier hombre alto, que así es como ellos nos llamaban, por eso también los solíamos nombrar como hombres fuertes. Otros clanes rehuían mantener contacto con ellos porque les tenían miedo y los llamaban despectivamente monstruos. Tenían una ancha nariz achatada, unas cejas prominentes, la frente caída hacia atrás y apenas tenían barbilla. Esta barbilla nuestra, más prominente, hacía que ellos también nos llamaran belfones.



            La vieja explicaba esto a los niños que tenía más cerca intentando hundir su barbilla, achatándose la nariz, poniéndose dos dedos sobre sus cejas y golpeando la frente hacia atrás. Algunos pequeños reían intentando imitarla.



            - Pero ahora estamos solos sobre esta tierra que nos cobija y nos da la vida –continuaba poniéndose seria-, porque debéis saber que hace tiempo que no vemos a ninguno de estos hombres de fuerza descomunal, capaces de ensartar a dos jabalíes en la misma lanza con un solo lanzamiento.


            Los otros hombres eran nuestros hermanos en la caza y ante el ataque de las bestias. Los hombres altos descendientes del clan de los Cazadores de Mamuts, siempre hemos respetado a los hombres fuertes. Si estos cazaban primero, el animal era suyo. De la misma manera, cuando los cazadores del gran Turán abatían una presa, ellos también respetaban nuestra captura. Así debe ser, si obráis correctamente nadie podrá reprocharos nada. Llegaban incluso a ayudarnos a ahuyentar a las fieras que intentaban arrebatarnos la captura. Leones, hienas, osos o lobos temían la increíble fuerza, las largas lanzas y las descomunales hachas de los otros hombres. Aunque su voz gutural era casi imperceptible e incomprensible para nosotros, los alaridos que emitían en la caza o en los momentos de peligro eran sobrecogedores, especialmente si se escuchaban por primera vez. Hasta los animales más sanguinarios solían huir al escucharlos.



            Uno de los pequeños empezó a dar gritos y aullidos como los lobos, mientras una niña, sentada detrás, intentaba taparle la boca sin conseguirlo. La vieja sonreía y continuaba:



            - Cualquiera de vosotros que no haya oído nunca sus gritos, pensaría que los profiere la mayor y más espeluznante bestia salida de la noche de los tiempos. Pero quizás ya sea tarde para vosotros y jamás podáis escucharlos, pues ninguno de nosotros, ni tampoco los susurradores, podemos imitar semejante alarido. Como sabéis, los susurradores  son los descendientes de los mestizos nacidos de la unión de los otros hombres con uno de nosotros. Como por ejemplo Graus, nuestro mejor cazador o Ana, vuestra pequeña amiga.

            Esto sabemos –proseguía Gara-: Dicen que ya no quedan hombres fuertes, aunque hay quien asegura que sobreviven unos pocos en el cálido y lejano sur. En cambio dicen que los descendientes del enorme Tumut se esconden en el frío norte, el último Mamut al que yo vi cuando era niña y, ya veis, ahora con estos pobres ojos apenas podría distinguir su cabezota, aunque se colocara a un palmo de mi cara. Lo cierto es que los otros hombres eran incapaces de hablar como nosotros, en cambio se dieron casos en que algunos hombres altos, fueron capaces de conversar con ellos. En nuestro clan de los Lobos, el sabio Tahón, tenía esta habilidad, entre otras muchas que os contaré en su momento, siempre que esta noche oscura no cierre vuestros ojos y el sueño se apodere de vuestros cuerpos.

            Pero debéis saber que en esta noche de celebración y fiesta para el clan de los Lobos, no podéis dormiros si queréis conocer la historia de nuestros antepasados, en esta tierra, madre de todas las madres, que primero sirvió de morada a los hombres fuertes y que ahora ocupamos nosotros con el debido respeto a su memoria y también a la de nuestros propios antepasados. Porque su recuerdo está presente en el aire que respiramos, en el agua que bebemos, en la hierba que alimenta a los animales que comemos, en las rocas y en los árboles que nos cobijan y nos proporcionan utensilios y todo lo necesario para que nuestra vida continúe generación tras generación. Porque debéis saber que los hombres heredamos de nuestros padres lo que ellos heredaron de nuestros abuelos y que nuestros hijos y los hijos de sus hijos esperan lo mismo de nosotros. Recordad pues, que nada de lo que os rodea os pertenece.

            Esto debéis saber: Nada nos pertenece. Así, el cachorro que cazamos pertenece a su madre y nosotros debemos pedir perdón y agradecer que la carne de su carne y la sangre de su sangre nos permitan seguir viviendo. Debéis considerar como hermanos vuestros a los animales que nos dan o nos pueden quitar la vida, pues dependemos los unos de los otros, igual que pasa en una gran familia como nuestro clan. Por eso mismo también estamos obligados a proteger nuestra vida para poder seguir defendiendo nuestra permanencia en la faz de la tierra.

            Nada nos pertenece, ni siquiera el aire que respiramos e infla nuestro pecho como un soplo de vida es nuestro y hemos de expulsarlo nuevamente para que siga proporcionando más vida al resto de nuestros hermanos. De la misma manera, el agua que bebemos sale de nuestro cuerpo cada día al sudar, al orinar, al llorar, al escupir. Si quisiéramos retener toda el agua que bebemos nos mataría, por la sencilla razón de que el agua es libre y debe manar y correr, igual que la gran águila negra agita el aire que respiramos al batir sus poderosas alas.

            Esto debéis saber: Agua y aire son hermanos entre sí y también son nuestros padres porque nos dan la vida. Todo está relacionado. El mismo aire que respiramos es también el que sostiene el vuelo lento y poderoso de la gran avutarda de las llanuras y el del pequeño picogordo del bosque. Es el mismo aire que empuja a las nubes, repletas del agua que empapa los campos, donde brota la hierba fresca que da de comer a los animales de los que nosotros nos alimentamos. Así también, el agua de la lluvia nutre los ríos y proporciona alimento a los grandes árboles del bosque, que hunden sus raíces en la tierra para beber de ella. Los árboles nos proporcionan los frutos que nos alimentan, la sombra que nos protege del calor, la leña con la que hacemos fuego para comer y protegernos del frío, las lanzas y estacas que utilizamos cada día y hasta los palitos con los que nos limpiamos los dientes después de las comidas. Además, guardan los recuerdos de nuestros antepasados. No lo olvidéis.

            Todo está relacionado. Aquello que vemos y lo que no vemos pertenece al sol y a la tierra, que son los abuelos de todos los hijos de sus hijos. La tierra es la madre de todas las madres, la fertilidad de todas las plantas y animales. El sol es el padre de todos los padres, el calor y la fuerza que nos permite existir. Todo está relacionado, de estos dos padres surgen todos los demás.



La anciana Gara hacía una larga pausa, los más pequeños miraban impacientes aquellos ojos blancos, velados y sin expresión, de la abuela de todas las abuelas. La vieja Gara parecía intentar recordar y, de forma teatral, se llevaba uno de sus negros y alargados dedos a la sien y la golpeaba lentamente, intentando buscar los recuerdos en su cabeza, elevando su mirada vacía hacia las resplandecientes estrellas como buscando su ayuda.



- Sigue, abuela Gara -gritaban los niños más pequeños-. Cuéntanos más.

           

            Su ansiedad se convertía en una amplia sonrisa cuando la abuela bajaba lentamente el dedo y dirigía nuevamente su mirada hacia los niños.



- Sigue contando abuela. Háblanos de los cazadores de mamuts.



            La abuela Gara continuaba su relato con la misma voz tenue, pero con el mismo entusiasmo. Los niños lo celebraban con un murmullo de felicidad que desaparecía inmediatamente para escuchar a la matriarca del clan de los Lobos.



            - Nunca olvidéis que nosotros descendemos del clan de los Cazadores de Mamuts, que era uno de los más antiguos y poderosos de la zona. Seguían a los animales cuando, antes del verano, empezaban a remontar el curso del río Agual hacia el sur, hasta llegar al valle de las flores de alivés. Las manadas de Mamuts eran acompañadas por tal cantidad de animales que, desde la lejanía, oscurecían la pradera. Los cazadores llamamos a esta migración el río que camina. Cuando llegaban a las dunas de los esqueletos, la nube de polvo que levantaban era tan grande que se podía divisar desde tal distancia que se tardaría más de una jornada en recorrerla.

            Los Cazadores de Mamuts seguían al río que camina hasta el valle de las flores en verano y regresaban hasta la gran llanura en otoño, antes de que las nieves y el hielo cubrieran el valle. Además, allí quedaban muy pocos animales en invierno y las condiciones de vida eran más severas que en la gran llanura. Aunque los abuelos contaban que a los otros hombres les costaba más trabajo bajar del valle, y había años que ni siquiera lo hacían, pues se desenvolvían mucho mejor que nosotros en la nieve y en el frío.

El clan de los Cazadores de Mamuts acompañaba los desplazamientos de estos animales y sólo cazaban cuando lo necesitaban para comer o abrigarse. Muchas veces eran individuos que los leones habían dejado malheridos o cachorros  que quedaban moribundos en el trayecto. Las pieles y los huesos de los mamuts eran perfectas para nuestros hogares y nos resguardaban del frío, del calor e incluso de las bestias.

Los mamuts abrían amplias sendas en los bosques, en las dunas, en las praderas, que eran seguidas por multitud de animales. Nosotros mismos seguimos utilizando las antiguas rutas de los mamuts para desplazarnos entre el norte y el sur pues, como sabéis, cuando nuestros hermanos caballos, uros o bisontes se marchan en busca de mejores pastos, nosotros les acompañamos por la senda de Tumut.

Nuestros antepasados pasaban el invierno, al igual que nosotros, en las dunas de los esqueletos, junto al gran pino Vaceal, Como bien sabéis, desde allí se dominan las amplias praderas donde los animales pastan en invierno. No solían descender hasta las proximidades del gran río Güerón porque, siempre que lo intentaban, entraban en conflicto con las tribus allí asentadas. Fueron estos clanes los que acabaron con algo que no les pertenecía, al matar a los últimos mamuts. Y por su culpa vosotros ya no podréis conocerlos.

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